miércoles, 3 de octubre de 2012

QUIÉREME SI TE ATREVES


El juego se había puesto en marcha de nuevo, felicidad en estado puro, bruto, volcánico, ¡qué gozada¡ era lo mejor del mundo.

Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que el costo, coca, crack, chute, porros, hachís, rayas, petas, hiervas, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis , ácidos, LSD, éxtasis.

Mejor que el sexo, que una felación, que un 69, una orgía, una paja, el sexo tántrico, el kamasutra, las bolas chinas,...

Mejor que la nocilla y los batidos de plátano.

Mejor que el fin del milenio (…)

Mejor que papá Noel, que la fortuna de Bill Gates, que las experiencias cercanas a la muerte, el colágeno de los labios de Pamela Anderson (…) 

Mejor que la libertad, mejor que la vida….




¿Un juego de idiotas? Quizás, pero era nuestro juego.

domingo, 5 de agosto de 2012

SAL CON UNA CHICA QUE LEE


Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.


Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.



Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado.

Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.


Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.



¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.


Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.





O mejor aún, a una que escriba.

Charles Warnke


SAL CON UNA CHICA QUE NO LEE


Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.



Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.



Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.



Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.


Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

Charles Warnke

viernes, 8 de junio de 2012

QUIÉREME: POR DANIEL ORVIZ



Quiéreme.


Manifiéstate de súbito.


Choquémonos, como por arte mágico

en el Bukowski,

un Miércoles.

Pidámonos disculpas. Sonriámonos.

Intentemos tirar el muro gélido

diciéndonos las cuatro cosas típicas.

Caigámonos simpáticos.

Preguntémonos cosas.

Invitémonos

a bebidas alcohólicas.

Dejémonos llevar más lejos. Déjame

que despliegue mi táctica.

Escúchame decir cosa estúpidas

y ríete. Sonríeme. Sorpréndete

valorándome como oferta sólida.

Y a partir de ahí


quiéreme.


Sin rúbrica, pero por pacto tácito

acepta ser mi víctima.

Déjame que te lleve hacia la atmósfera,

acompáñame a mi triste habitáculo.

Sentémonos, mirémonos,

relajémonos y pongamos música.

De pronto, abalancémonos

besémonos con hambre, acariciémonos,

Desnudémonos rápido

y volvámonos locos. Devorémonos

como bestias indómitas. Mostrémonos

solícitos en cada prolegómeno.

Derritámonos en abrazos cálidos

Virtámonos en húmedos océanos.

Ábrete a mí, abandónate y enséñame

el sabor de tus líquidos.

Mordámonos, toquémonos, gritémonos

permitámonos que todo sea válido

y sin parar,

follémonos.

Follémonos hasta quedar afónicos


Follémonos hasta quedar escuálidos.


Durmámonos después, así,

abrazándonos.


Y al otro día


quiéreme.


Despidámonos rígidos, y márchate

de regreso a tus límites

satisfecha del paréntesis lúbrico

pero considerándolo algo efímero

sin segundo capítulo.

Deja pasar el tiempo, mas sorpréndete

recordándome en flashes esporádicos

y sintiendo al hacerlo un sicalíptico

látigo por tus gónadas.

Descúbrete a menudo preguntándote

qué será de este crápula.

Y un día, sin siquiera proponértelo

rescata de tus dígitos mi número

llámame por teléfono

y alégrate de oírme. Retransmíteme,

ponme al día de cómo van tus crónicas

y escucha como narro mis anécdotas.

Y al final, algo tímidos, citémonos.

En cualquier cafetín de corte clásico

volvámonos a ver, sintiendo idéntico

vértigo en el estómago.


Y en ese instante


quiéreme.


Apenas pasen un par de centésimas

sintamos al unísono un relámpago

de éxtasis limpio y cándido,

y en un crescendo cinematográfico

dejémonos de artificios y máscaras.

Rindámonos a la atracción magnética

que gritan nuestros átomos

y sintámonos de placer pletóricos

por sentirla recíproca.

Unidos en un abrazo simétrico

perdámonos por esas calles lóbregas

regalándonos en cada parquímetro

con besos mayestáticos

que causen graves choques de automóviles

y estropéen los semáforos.


Y para siempre


quiéreme.


Dejemos que se haga fuerte el vínculo,

unamos nuestro caminar errático,

declarémonos cómplices,

descubramos restaurantes asiáticos,

compartamos películas,

contemplemos bucólicos crepúsculos,

charlemos de poética y política

y celebremos nuestras onomásticas

regalándonos fruslerías simbólicas

en veladas románticas.


Y entre una y otra


quiéreme


Dejemos de quedar con el grupúsculo

de amigos. Que los follen por la próstata.

Pues si ponemos el asunto en diáfano

solo eran una pandilla de imbéciles.

Cerrémonos, y en un afán orgiástico

con afición sigamos explorándonos

buscando como ávidos heroinómanos

el subidón de aquel polvo iniciático.


Y aunque no lo logremos. Da igual.


Quiéreme.


Para evitar que nuestra vida íntima

se corrompa con óxido

busquémonos alternativas lúdicas

apuntémonos a clases de kárate

o de danzas vernáculas

juntémonos en cursos gastronómicos.

Presentémonos

a nuestros mutuos próceres

anteriores del árbol genalógico

y a lo largo del cónclave

sintámonos con ellos algo incómodos

mas felices de haber pasado el trámite.


Y quiéreme después. Sigue queriéndome,


continuando con el proceso lógico

juntemos nuestras vidas en un sólido

matrimonio eclesiástico,

casémonos a la manera clásica,

hagamos un bodorrio pantagruélico,

y cual pájaros de temporada en éxodo

vayámonos de viaje hacia los trópicos

y bailemos el sóngoro cosóngoro

mientras bebemos cócteles exóticos.


Y al regresar, sentemos nuestros cráneos.

Comprémonos un piso. Hipotequémonos

Llenémoslo con electrodomésticos

y aparatos eléctricos,

y paguemos en precio de las dádivas

regalándole nueve horas periódicas

a trabajos insípidos

que permitan llenar el frigorífico.


Y mientras todo ocurre, solo


quiéreme,


del fondo de tu útero

saquemos unos cuantos hijos pálidos,

bauticémoslos con nombres de apóstoles,

llenémoslos de amor y contagiémoslos

con nuestra lóbrega tristeza crónica.

Apuntémoslos a clases de música

de mímica y de álgebra,

y démosles zapatos ortopédicos,

aparatos dentales costosísimos,

fórmulas matemáticas

y complejos edípicos

que llenen el diván de los psicólogos.


Releguemos nuestro ritual erótico

a la noches del sábado

cuando ellos salgan véstidos de góticos

a ponerse pletóricos

ciegos de barbitúricos.

Paguémosles las tasas académicas

a los viajes a Ámsterdam.

Dejemos que presenten a sus cónyuges

y al final, entreguémoslos

para que los devoren las mandíbulas

de este mundo famélico.


Y ya sin ellos


quiéreme


a lo largo de apuros económicos

y de exámenes médicos,

mientras que nos vovemos antiestéticos

más cínicos, sarcásticos,

nos aplaste el sentido del ridículo

y nos comen los cánceres y úlceras.

Quiéreme aunque nos quedemos sin diálogo

Y te pongan histérica mis hábitos.

Enfádate, golpéame, hasta grítame

y como única válvula catártica

desahógate en relaciones adúlteras

con amantes más jóvenes

y regresa entre lágrimas y súplicas

perjurándome que aún sigues amándome.


Y yo contestaré tan solo

quiéreme.

Quiéreme aunque te premie salpicándote

en escándalos cíclicos

y te insulte, y te haga sentir minúscula

y me pase humillándote

y me haya vuelto un sátrapa

que roza cada día el coma etílico

y me haya vuelto politoxicómano

y me conozcan ya en cada prostíbulo.


Continúa queriéndome

mientras pasan espídicas las décadas

y nos envuelve el tiempo maquiavélico

en un líquido amniótico

que borre el odio que arde en nuestros glóbulos

y nos arroje al hospital geriátrico

a compartir habitación minúscula

inválidos, mirándonos

sin más fuerza ni diálogo

que el eco de nuestras vacías cáscaras.


Quiéreme para que pueda decirte

cuando vea la sombra de mi lápida

Y antes de que venga y cierre la mano

de la muerte mis párpados:


“Ojalá,

ojalá como dijo aquel filósofo

el tiempo sea cíclico

y volvamos de nuevo reencarnándonos

en dos vidas idénticas,

y cuando en el umbral redescubierto

de una noche de miércoles pretérita

tras chocarme contigo

girándote, me digas: "Uy, perdóname"

le ruego que permita el dios auténtico

que recuerde en un segundo epifánico

cómo será el futuro de este cántico

cómo irán nuestras flores corrompiéndose

cómo acabaré odiándote

cómo destrozarás cuanto fue insólito

en este ser,

cómo la vida empírica

nos tornará en autómatas patéticos

hasta llevarnos a la justa antípoda

de nuestro sueño idílico."


"Y sabiendo todo esto, anticipándolo

pueda mirarte directo a los ojos

y conociéndolo muy bien. Sabiendo

el devenir de futuras esdrújulas

destrozando en un pisotón mi brújula


te diga

solo




quiéreme."








miércoles, 18 de abril de 2012

Simplemente... imaginación


La imaginación, en ocasiones, son destellos de lucidez que nos abordan involuntariamente, pero otras, la mayor parte de las veces, es meditada y trabajada.